Al-Ušbūna/Lisboa, 1147: contextos de una (re)conquista

Luís Filipe Pontes
Profesor de Historia y de Lengua y Cultura Portuguesa, Investigador en Historia Antigua y Medieval

Lisboa: el castillo de San Jorge. [Foto: Municipio de Lisboa]

             «Sin embargo, hacia la hora décima, con la marea baja, los nuestros se reúnen en la playa para llevar la máquina a cuatro pies de las paredes y así lanzar un puente con mayor facilidad. Para defender esta parte de la muralla vienen los moros de todas partes. Cuando ven, sin embargo, el puente ya levantado un par de codos y nosotros a punto de entrar, como si ni siquiera se les dejara la vida a los vencidos, hablan a gritos y, a nuestra vista, deponen las armas, bajan los brazos y piden tregua, al menos hasta el día siguiente.»

A conquista de Lisboa aos mouros. Relato de um cruzado, trad. y ed. bilingüe latín-portugués por Aires do Nascimento, Lisboa, Vega, 2001.

Este pasaje de la carta que un cruzado inglés escribió al obispo de su diócesis sobre las aventuras del asedio y conquista de Lisboa por los portugueses y sus aliados de ocasión en 1147, relata el momento exacto de la rendición de los defensores de la ciudad, el 21 de octubre de ese año, que era un martes. La entrada de los vencedores en la ciudad y su entrega a Afonso Henriques, rey de Portugal (Alfonso I de Portugal), tuvo lugar el sábado siguiente, día 25.

El asedio de Lisboa empezó el 1 de julio y duró casi 4 meses; salpicado de combates, episodios casi legendarios o considerados milagrosos, hechos de armas y caballería, y también, como siempre sucede en la guerra, episodios de crueldad y miseria humana. La idea del “milagro” se extendió inmediatamente después de la conquista de la ciudad, en particular, por ejemplo, con los milagros atribuidos al cruzado germánico Henrique de Bona, muerto en la conquista y sepultado en la iglesia de San Vicente y que realizó curaciones milagrosas en favor de algunos antiguos compañeros de armas, desde poco después de la caída de la ciudad del Tajo.

En este pequeño artículo veremos el contexto dentro del cual se desarrolló la campaña militar que conquistó Lisboa, tanto del lado cristiano como del lado musulmán. El propósito de este texto es proporcionar una visión general del panorama global en el Garb al-Andalus, el occidente de la Hispania musulmana, a mediados del siglo XII.

La conquista de Lisboa. Ilustración de Roque Gameiro (1864-1935) en «Quadros da História de Portugal», obra de Chagas Franco y João Soares, ed. Papelaria Guedes, Lisboa, 1917.

Al-Ušbūna, una ciudad del Garb: el contexto andalusí

– El trasfondo histórico

En 1147 ya hacía más de cuatrocientos años que Lisboa era una ciudad de al-Andalus, la Hispania musulmana. Hoy en día es una de las más antiguas capitales europeas, ya que la urbe ha sido fundada, todo lo indica, al menos alrededor del año 1200 a.C., cuando los fenicios la visitaron, según nos dicen los hallazgos arqueológicos en el área del castillo de San Jorge y de la catedral. Desde esos tiempos lejanos la región era una escala natural de las rutas marítimas entre el Mediterráneo y los mares del Norte, y se sabe hoy que es efectivamente muy probable que haya existido una colonia comercial fenicia llamada Alis Ubbo, que significa “puerto seguro” en la lengua fenicia. Es cierto también que los griegos tuvieron un establecimiento comercial durante algún tiempo en el estuario del Tajo, pero fue abandonado tras el crecimiento del poderío de Cartago, igualmente una antigua fundación fenicia, con la cual Alis Ubbo pasaría a tratar más directamente, pasando de simple punto de intercambio o base de apoyo para el comercio a ser un importante mercado regional. A esos visitantes “extranjeros” hay también que sumar evidentemente los elementos nativos, los iberos, y los nuevos visitantes que llegaron después, los celtas, que dieron origen a las tribus de lengua celta que vivían en el actual sur de Portugal, como los Conios y los Cempsos.

Los romanos llamaron a la ciudad Olisipo, y como sabemos entraron en la península Ibérica en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, intentando expoliar a los cartagineses de sus ricas posesiones hispanas, que habían sido la base monetaria y militar de la poderosa familia de los Bárcidas, los principales instigadores de la guerra contra Roma. Sabemos también que Olisipo tenía entonces una sociedad cosmopolita que mantuvo durante muchos siglos, integrando elementos griegos, fenicios/cartagineses, celtas e ibéricos.

Durante las campañas romanas en la Península, la ciudad parece haber hecho alianza con la República de Roma, en la cual se integró desde 138 a.C., incluso enviando hombres para combatir las tribus célticas del noroeste peninsular al lado de las legiones del cónsul Decimus Junius Brutus “Callaicus”. Rebautizada más tarde por Augusto con el nombre Felicitas Julia Olisipo, pertenecía a la provincia romana de Lusitania, cuya capital era, como sabemos, Emerita Augusta, la actual Mérida.

En el período de decadencia del Imperio Romano de Occidente, la región de Lisboa estuvo controlada por los alanos y los vándalos entre 409 y 429, y después fue disputada por los suevos y los visigodos hasta la caída del reino suevo en 585. Tras la invasión musulmana del reino visigodo a partir del año 711 bajo el comando del bereber Ṭāriq ibn Ziyād, Lisboa se integró en el mundo islámico desde 712-713.

– Lisboa en al-Andalus

En el occidente de la Península, el Garb deal-Andalus (Garb = occidente), los centros principales de la red urbana se mantuvieron, podemos decir, prácticamente iguales a lo que fueron durante la época romana y el inicio de la Alta Edad Media. Lo mismo se puede decir sobre la red de calzadas, entre las cuales siguió siendo utilizada y con mucha importancia comercial y estratégica, la vieja calzada romana que conectaba Lisboa con Braga, ciudad al norte del río Duero que desde finales del siglo III había sido la capital de la provincia romana de Gallaecia. Es verdad sin embargo que algunas ciudades perdieron alguna o mucha importancia después de la llegada de las fuerzas del Islam, como fueron los casos de Egitania (Idanha-a-Velha, centro de obispado y que tiene hoy en día un bello museo epigráfico) o Conimbriga (otra estación arqueológica muy importante, actualmente en el municipio de Condeixa-a-Nova), pero no sucedió lo mismo con la gran mayoría. Así, Aeminium > Qulumriyya > Coimbra(que heredó muchas de las funciones y relevancia de la cercana Conimbriga desde el siglo V), Viseum > Viseu, Scalabis > Aš-Šantarīn > Santarém, Felicitas Julia Olisipo > Al-Ušbūna > Lisboa, Salacia > Qaşr Abī Dānis > Alcácer do Sal, Ebora > Yābura > Évora, Pax Julia > Bāya > Beja, prosiguieron su existencia como centros urbanos de alguna importancia, evidentemente considerado el contexto de la Alta Edad Media (es decir que se trataba sobre todo de burgos episcopales en su mayor parte) dependiendo, claro, de sus funciones y de su localización dentro de al-Andalusa lo largo de la historia de la Hispania musulmana.

Olisipo, ahora llamada Al-Ušbūna, se desarrolla junto con sus funciones comerciales y agrícolas; las zonas en torno a la ciudad producen variados cultivos cada vez más productivos, desde cereales y verduras diversas hasta varios frutos, y estuvo siempre presente también una ya vieja tradición pescadora desde las aguas del largo estuario del Tajo (el “mar de paja”) hasta las aguas más frías del Atlántico. Tras la definitiva conquista cristiana en 1147, ese aspecto agrícola continuó, quedándose el cultivo de la tierra y el abastecimiento de la ciudad en gran parte en manos de los musulmanes viviendo ahora bajo dominio cristiano, los mudéjares, por lo menos durante los primeros tiempos de la Lisboa portuguesa. La urbeintegra perfectamente el mundo islámico también en lo urbanístico, con el conglomerado de viviendas alrededor de la mezquita y bajo la alcazaba, el palacio del gobernador de la ciudad, en las calles estrechas y sinuosas de la medina.

El barrio que conocemos hoy bajo el nombre de Alfama tuvo su origen en ese tiempo, aumentando el núcleo urbano antiguo; la mezquita sustituyó a una basílica paleocristiana que había sido la sede del obispado en los inicios de la Alta Edad Media, y que a su vez había sido construida sobre un edificio religioso de época imperial romana. Actualmente es donde se encuentra la catedral de Lisboa, imponente edificio románico, robusto y fortificado. La alcazaba, con funciones administrativas y militares, dominaba el paisaje de la ciudad, y eso puede verse en la ilustración superior que representa la conquista de Lisboa por los portugueses y los cruzados: es el actual castillo de San Jorge, en la colina más elevada de la ciudad.

Hay que decir que el área de implantación en el paisaje urbano de los poderes durante el período musulmán tiene continuidad con la fisionomía antigua de Lisboa. En esas zonas estaban (y están excavados) las estructuras más importantes de la Lisboa romana, como son el foro o el teatro. La relación de la ciudad con el Tajo continuó también, con calles y pórticos conduciendo hasta el puerto fluvial. A nivel defensivo, las antiguas fortificaciones de época romana (de finales del período imperial) fueron preservadas y reforzadas (es la “Cerca Velha”, también llamada a veces “Cerca Moura”), y solo serían sustituidas/aumentadas en el siglo XIV bajo el reinado de Fernando I (1367-1383). Fueron entonces las murallas antiguas y sus doce puertas las que atestiguaron y sostuvieron durante casi cuatro meses el asedio final de 1147.

Sabemos que Lisboa fue saqueada una vez en 796 por Alfonso II de Asturias así como por Ordoño II a mediados del siglo IX. La frontera entre los poderes cristianos y musulmanes continuaba todavía en el valle del Duero por ese tiempo. Sabemos igualmente que los vikingos atacaron y conquistaron la ciudad en 844, permaneciendo allí unos trece días, y otro ataque vikingo tuvo lugar en 966 pero sin éxito en esa ocasión.

Tras la desintegración del califato de Córdoba en las primeras décadas del siglo XI, algunas ciudades del Garb fueron también capitales de pequeños y efímeros reinos taifas como sucedió precisamente, o así parece, en Lisboa en 1022. Pero en el Garb, el más conocido reino taifa ha sido el de Šilb (Silves) en el actual Algarve portugués, que tuvo un período de esplendor cultural brillante, antes de su integración en la taifa de Sevilla. Porque los poderes más relevantes en el occidente de al-Andalus tras la caída del poder central cordobés han sido los reinos de Badajoz con los Aftasíes y Sevilla con su dinastía Abadí. Otro reino taifa en el actual Algarve ha sido el de Faro entre 1026 y 1052 bajo los Banū Hārūn.

Como sucedió en otras partes de la península Ibérica, sobre todo a partir del siglo IX, el occidente conoció muchas conversiones al Islam entre la población indígena (los “muladíes”), al mismo tiempo que se mantenía una importante proporción de cristianos viviendo bajo el dominio y la administración musulmana (los “mozárabes”). Estos últimos tenían relevancia, por lo que sabemos, en toda la actual región Centro de Portugal, entre el Duero y el Mondego, como fue el caso en la zona de Coimbra, junto al río Mondego donde, tras la conquista de la ciudad por Fernando I el Magno en 1064 fue designado gobernador un mozárabe, el “conde” Sisnando. En el actual Algarve, los mozárabes fueron también una comunidad de gran importancia, por lo menos hasta el siglo XII; como muestra el nombre de la ciudad de Faro. Antiguamente Ossonoba y después Santa María en época romana y visigótica, mantuvo ese nombre en época islámica solo añadiendo “al-Hārūn” (Šanta Marīyyat al-Hārūn) en el siglo XI. Dicho añadido no se debe a la familia de los Banū Hārūn, ya mencionada arriba, que gobernó la ciudad algarvia de manera independiente entre 1026 y 1052, sino a la existencia de un faro, del cual la eminente familia tomó el nombre (siendo “Faro” el nombre actual de la ciudad).

También en la región de Lisboa la comunidad mozárabe se mantuvo significativa, y eso es lo que nos interesa aquí. Apreciamos su importancia en el momento de la conquista cristiana de la ciudad del Tajo, cuando el obispo mozárabe fue asesinado tras la entrada de los cruzados del norte de Europa en Lisboa; aún podemos percibirlo en la existencia continuada de varias iglesias en la ciudad, como la de San Vicente, dedicada al patrono de Lisboa desde época antigua y donde en octubre de 1147 fueron sepultados muchos de los guerreros cristianos muertos en el asalto final.  

Esos mismos cruzados dejaron en sus escritos su ignorancia relativamente sorprendida por la sociedad y la geografía humana, como diríamos hoy, del Garb andalusí: cristianos de lengua árabe, los mozárabes aparecen a sus ojos “mezclados” con los musulmanes, son prácticamente indistintos. En el mejor de los casos, la existencia de grupos distintos viviendo juntos, esa mezcla de religiones y culturas, aparece como un escándalo a los ojos de los guerreros venidos del norte de Europa. Una “sentina de vicios”, esa Lisboa que aparece ante los cruzados a finales de junio de 1147. También la ven como “una muy grande ciudad”, ellos que venían, en su mayor parte, de zonas rurales de Inglaterra, Normandía, Flandes y Renania. Así se explica su sentimiento de admiración ante la urbe del Tajo, y su sorpresa frente a las novedades que sus ojos atestiguan. En todo caso, Lisboa era efectivamente una ciudad importante en el contexto del Garb, aunque evidentemente no se podía entonces comparar con las mayores ciudades de al-Andalus en esa época, como Córdoba o Sevilla. Como ya se ha dicho, desde antiguo Lisboa tenía un papel muy relevante en el comercio y los vínculos entre el mundo mediterráneo y el norte de Europa, detentando también una gran importancia en lo que toca a la construcción naval, juntamente con la ciudad de Qaşr Abī Dānis, más al sur. En verdad, Al-Ušbūna y Qaşr Abī Dānis aparecen destacadas hacia el final del período califal, desde luego porque fueron los principales puntos de apoyo de la logística naval de la gran campaña del todopoderoso ḥāŷib del califato de Córdoba, Al-Manṣūr, en 997, contra el noroeste de la Península, y que como sabemos culminó en el saqueo de Santiago de Compostela.

Lápida funeraria islámica de mármol, año 957. Museo de Mértola, Alentejo, Portugal.

A finales de la época de los reinos de taifas, el emir de Badajoz cedió en 1093/94 todos sus territorios al norte del Tajo al “emperador” Alfonso VI, rey de León y Castilla, cuando por fin se sintió amenazado por el poder de los Almorávides. Estos habían sido llamados a al-Andalus por los emires de las taifas independientes, confrontados que estaban entonces con el avance de los cristianos, en particular tras la conquista de Toledo por Alfonso VI, y el sistema de las parias, el pago de tributo de los emiratos andalusíes a los reinos cristianos, se rompió. En los territorios cedidos por ‘Umar al-Mutawakkil, emir de Badajoz, estaban incluidas las ciudades de Santarém y Lisboa. Así, Al-Mutawakkil cedía sus posesiones entre los valles del Tajo y del Mondego, que había sido conquistado por los cristianos de forma definitiva en 1064, por Fernando I “el Magno”.

Pero esas medidas desesperadas llevadas a cabo por el emir de Badajoz no tuvieron efecto y los reinos de taifa fueron absorbidos por el poderoso emirato Almorávide bajo Yūsuf Ibn Tāšfīn en los años siguientes, teniendo Alfonso VI que retirarse de nuevo hasta la línea del Mondego. Había llegado el momento del apogeo de los almorávides, que, comandados después por ‘Alī Ibn Yūsuf, obtienen en 1108 su gran victoria de Uclés, donde derrotan a las fuerzas de León y Castilla, muriendo el pequeño infante Sancho en la contienda. En los años siguientes amenazan una vez más la zona del Mondego y saquean la propia ciudad de Coimbra en 1117. Pero, sin embargo, las décadas futuras asistieron a la decadencia del poder almorávide, confrontado con cuestiones administrativas y de organización interna de su emirato gigantesco que se extendía desde Zaragoza al norte hasta el Senegal al sur, con varias rebeliones locales en al-Andalus(incluso en el Garb), y sobre todo con la ascensión de un nuevo movimiento político-religioso en el actual Marruecos: los almohades. Con la fragmentación del poder almorávide, en al-Andalus asistimos entonces a un período al que es costumbre llamar “los segundos reinos de taifas”, en relación al primer período de taifas tras la caída y desmantelamiento del califato de Córdoba. En efecto, podemos ver a partir de las fuentes  que hubo algunos indicios de malestar andalusí contra los almorávides desde los años 1120, empezando, según parece, en Córdoba, pero también en muchas otras ciudades andalusíes. Sin embargo, ese segundo período de pequeños emiratos independientes tuvo una duración mucho menor que el primer período de reinos de taifas en el siglo XI, y todos terminaron por caer, en su mayor parte, en manos de los almohades que mientras tanto habían pasado el estrecho de Gibraltar y avanzado sobre la Península para eliminar los últimos enclaves leales a los almorávides y extender su dominación hasta las tierras de al-Andalus. En el Garb tuvieron efímera existencia los reinos de Beja y Évora (1144-1150), Mértola (1144-45, anexionado por el de Badajoz), Santarém (1144-1147, conquistado por Portugal), Silves (1144-1155) y Tavira, del cual no se conocen fechas precisas.

Dinar almorávide de oro (1122) de ‘Alī Ibn Yūsuf (r. 1106-1143). Lisboa, Museo del Dinero.

Es en este contexto cuando tiene lugar el avance decisivo del entonces joven reino de Portugal en los territorios comprendidos entre los valles del Mondego y del Tajo, y las conquistas de Santarém y de Lisboa en el año 1147. Lisboa estaba incluida en los dominios del segundo emirato independiente de Badajoz que, con un poder débil, no podía combatir a los almohades y a los cristianos al mismo tiempo de una manera eficaz. A la noticia de la llegada de una escuadra de cruzados en la costa portuguesa, y con la caída de Santarém en marzo, el emir pudo reforzar las defensas de Lisboa con unos 2.000 hombres, pero no más. Contaba, o por lo menos lo parece, con enviar más guerreros, pero la flota de cruzados estacionaba en el estuario del Tajo a finales de junio, al mismo tiempo que llegaba por tierra la hueste de Afonso Henriques, rey de Portugal. El asedio empezó en el primer día de julio: 11.000 cruzados y 9.000 hombres de armas de Portugal contra unos 15.000 defensores de Al-Ušbūna, según las estimaciones más recientes. Pero vamos ahora a salir de las murallas de Al-Ušbūna y entrar en el campo cristiano, a preguntar quiénes eran esos hombres y aprender sobre sus vidas, sobre lo que los había llevado allí.

La formación del reino de Portugal y la Reconquista: el contexto cristiano

– El marco general

Los orígenes de la independencia y creación del reino de Portugal se encuentran en el lento y complejo sistema de procesos históricos (se podría decir “conglomerado” de procesos históricos) que conocemos de forma mucho más simplificada bajo el nombre de Reconquista cristiana de la península Ibérica. En efecto, no podemos vislumbrar los orígenes de Portugal como entidad política independiente y estructurada en época antigua, ya sea en los lusitanos (tantas veces identificados con los “antepasados” de los portugueses), que eran un pueblo entre varios otros que vivían en el territorio de lo que sería más tarde Portugal (y no solamente en territorio hoy en día portugués, sino también en regiones que pertenecen a España), o en los suevos, cuyo reino ha sido en algunas ocasiones propuesto como un “antepasado”, una prefiguración del futuro reino de Portugal, en la medida que sus fronteras se extendían desde la costa norte de Galicia hasta Coimbra en el río Mondego, e incluso en algunos momentos hasta Lisboa y el Tajo. Es evidente que el pasado más antiguo es importante de muchísimas maneras y para muchísimos temas, pero en este caso su importancia más clara es al nivel de una estructuración material del territorio, de su red urbana, de su red viaria, y lentamente y de una manera más variable, de su geografía humana, antes de que se formaran los reinos que conocemos después, en un contexto completamente diferente.

Alfonso VI el “Bravo”, rey de León y Castilla y “emperador de toda la Hispania” (1047-1109). Tumbo «A» de la catedral de Santiago de Compostela.
Enrique de Borgoña (1066-1112), conde de Portucale desde 1096. Tumbo «A» de la catedral de Santiago de Compostela.

Tampoco encontramos causas o razones para una separación de lo que sería el territorio portugués del resto de la Península en la geografía física: no hay un río, una cordillera u otro accidente geográfico que marque de una manera clara y evidente la frontera entre Portugal y España hoy en día, excepto en algunos tramos de los ríos Miño, Duero y Guadiana, pero se trata de una pequeña parte respecto a todos los kilómetros de la frontera.

Es claro que existe una diferenciación lingüística y cultural en el occidente peninsular y esa diferencia existía ya desde la Alta Edad Media (en ese tiempo no en todo el occidente peninsular, pero sí en el noroeste). Sin embargo, esa cultura no corresponde a una frontera actual: Galicia no integró jamás el reino portugués (excepto algunas zonas en situaciones político-militares muy específicas) pero integraba totalmente la cultura y la lengua gallego-portuguesa medieval. De la misma forma que la lengua y la cultura catalana, o la lengua y la cultura vasca, tuvieron durante siglos una correspondencia “estatal”, identificándose con un reino (Aragón, Navarra) u otras entidades (los condados catalanes, los condados pirenaicos) que existían en tiempos medievales y que actualmente forman parte del estado español, las causas y razones para la independencia de Portugal y su constitución como reino tienen evidentemente que buscarse en la historia, en el contexto medieval feudal de los juegos de poder en los reinos cristianos de la “Reconquista”.

Desde el siglo VIII, los reyes de Asturias condujeron diversas operaciones de razia en territorios bajo dominación musulmana. Esas expediciones llegaron lejos en dirección sur, en algunos casos: ya hemos visto que Alfonso II saqueó Lisboa en 796, por ejemplo. De todas formas, no hubo por ese tiempo una conquista asturiana permanente de esas regiones más distantes del corazón del reino, siendo la intención el saqueo, y vemos grupos de cristianos recogiéndose en el norte de la Península, acompañando a los ejércitos astures o como refugiados desde al-Andalus, cuando acontecían momentos de tensión socio-religiosa en las tierras bajo dominio islámico. Al mismo tiempo, uno puede quedarse con el sentimiento de un cierto “abandono” de las zonas más septentrionales de al-Andalus por el poder musulmán. Algunos historiadores (entre ellos Claudio Sánchez-Albornoz fue el más eminente) defendían así en el siglo pasado la conocida teoría de la creación de una “tierra de nadie”, entre la cordillera astur-cantábrica y el valle del Duero, durante los reinados de los primeros monarcas de Asturias, del siglo VIII a mediados del siglo IX: una especie de “no man’s land” que se situaba entre las tierras bajo dominio musulmán y las tierras cristianas y que hubiera permitido al reino de Asturias organizarse y poco a poco expandirse en dirección del sur, al mismo tiempo que se daba la lenta elaboración del concepto de “Reconquista”. Sabemos hoy que esa teoría de la “tierra de nadie” no es sostenible, porque no hubo jamás un abandono completo y total de las vastas tierras entre las cordilleras septentrionales y el Duero. Lo que sucedió fue que efectivamente tras la invasión y conquista musulmana de la Península las regiones situadas en el norte habían sido guarnecidas sobre todo por elementos bereberes de los ejércitos musulmanes, que tomaron parte en la gran revuelta bereber de 740-741 y abandonaron sus posiciones. Tuvieron lugar expediciones de resistencia y depredación conducidas a partir de Asturias que darán lugar a conquistas y ocupación definitiva a partir de mediados del siglo IX, cuando la frontera va a fijarse en el valle del Duero y esas tierras conocen una activa política de incremento de la población y explotación de tierras cultivables. En ese momento, los monarcas astures establecen grupos de cristianos mozárabes huidos del sur, de cultura clásica y goda, en las regiones de expansión, y ellos van a tener un papel decisivo en la creación y fijación de la ideología de la Reconquista y en proporcionar una identidad al reino cristiano frente al sur islamizado.

Combate entre cristianos y musulmanes durante la Reconquista. Iluminación en las «Cantigas de Santa María» de Alfonso X de León y Castilla, ca. 1280.

En el actual norte de Portugal, ciudades como Braga y Oporto fueron conquistadas en torno a 868, empezando la restauración de las diócesis locales y creándose al condado Portucalense, cuyo nombre tiene su origen en los aglomerados urbanos de la desembocadura del Duero, Oporto (Portus) y Gaia (Cale), que desde siempre se articularon entre ellos: cada una de esas ciudades no se comprende sin la otra. En las décadas siguientes los cristianos pasaron el Duero y lograron ocupar prácticamente todo el territorio hasta el valle del Mondego, durante un período problemático para el poder andalusí. Tras la fundación del califato de Córdoba en 929, en las décadas siguientes los musulmanes recuperaron una buena parte de las zonas conquistadas por los cristianos al sur del Duero. En la región estuvo establecida una “marca”, una zona de frontera del califato frente a los poderes cristianos del norte, pero eso significó también que se trataba de una zona caracterizada por la existencia de caudillos locales y de sentimientos autonomistas comunitarios, que permanecieron algún tiempo después de la conquista cristiana definitiva.

La difícil conquista cristiana y ocupación del territorio entre Duero y Mondego, entre Oporto y Coimbra, fue solamente efectuada en el siglo XI en la época de los reinos de taifas en al-Andalus, bajo los reyes de León y Castilla Fernando I “el Magno” y Alfonso VI “el Bravo”. La ciudad y fortaleza de Lamego cayó en 1057, Viseu el año siguiente y Coimbra en 1064, momento en el cual fue restaurado el condado de Coimbra (tras haber existido una primera vez en el siglo X)  y entregado al mozárabe Sisnando Davides, que será igualmente el primer gobernador de la Toledo cristiana en 1085.

Mientras tanto, en 1071 perdió su vida el conde de Portucale, Nuno Mendes, rebelde contra el rey García de Galicia (hermano de Alfonso VI, una vez que Fernando I había repartido sus dominios entre sus tres hijos, Alfonso VI logró después retirar a sus hermanos los reinos que habían recibido), que lo derrotó en la batalla de Pedroso, cerca de Oporto. Terminaba así la larga dinastía original de condes de Portucale, inaugurada en 868, y el condado portucalense no sería restaurado hasta finales del siglo, como veremos enseguida.

– La dinastía de Borgoña y la creación de Portugal

Ya sabemos que el emir de Badajoz cedió sus territorios al norte del Tajo al rey Alfonso VI en 1093-94. El gran monarca cristiano reúne entonces los condados de Portucale y de Coimbra y los otorga a su yerno, el caballero borgoñés Raimundo, casado con su hija Urraca, junto con el gobierno de las nuevas posesiones, como Santarém y Lisboa. Pero como también ya sabemos, los almorávides retomaron esos territorios para el Islam y, quizás un poco decepcionado con la prestación militar de Raimundo, Alfonso VI concede entonces el condado portucalense, ahora definitivamente incluyendo el de Coimbra, a otro yerno borgoñón, el caballero Henrique de Borgoña casado con su hija Teresa. También es muy posible que esa medida fuese una estrategia para de alguna manera dominar al propio Henrique, que parece estaba conspirando contra su suegro.

La realidad es que esa estrategia no funcionó, y Henrique de Borgoña encontró un terreno abonado para sus ambiciones de autonomía entre la categoría social de los infanzones (“infanções” en portugués), nobles de antiguas familias que dominaban los más altos cargos y puestos administrativo-militares del condado de Portucale. La perdición del antiguo conde Nuno Mendes había sido precisamente intentar reaccionar contra el creciente poder de ese grupo, que de alguna forma podemos decir que usó al rey García de Galicia en ese momento. Ahora estaban al lado del conde borgoñón de Portucale, especialmente después de la muerte de Alfonso VI en 1109 y la fragilidad sucesoria (el infante Sancho había muerto en Uclés y la regencia fue entregada a su hermana mayor, Urraca, madre del futuro Alfonso VII que era un niño de cuatro años) llevó a Henrique a ambicionar aún más poder, entrando en los complejos juegos de poder de ese tiempo.

Su muerte, ocurrida en Astorga en 1112, dejó a su esposa Teresa, hermana de Urraca, como heredera de sus proyectos; vemos en la documentación como ella se presenta siempre como Regina, una reina. Era hija de rey, por supuesto, y ese título fue incluso reconocido por su hermana Urraca, su sobrino Alfonso VII y el Papa Pascual II. Sin embargo, tal vez esa manera de presentarse decía algo más que significar simplemente que era hija de un gran rey, era una afirmación de sus ambiciones. Tuvo larga disputa con Urraca, conflicto terminado en los inicios de la década de 1120, cuando tuvo que renunciar a sus pretensiones sobre León y Castilla mientras su hermana Urraca la reconocía como vasalla por el condado portucalense. Pero parece que Teresa jamás abandonó por completo sus proyectos y se rodeó de un séquito de nobles gallegos que conspiraban con ella y alcanzaron posiciones destacadas en el condado, lo cual no fue cosa que contentara a los nobles portucalenses. Entonces estos se volvieron contra el hijo de Teresa con Henrique de Borgoña, el joven Afonso Henriques, para recuperar sus posiciones de primacía poniéndose al lado de alguien que quería hacerse totalmente independiente de León y Castilla. En la batalla de São Mamede (1128), Afonso Henriques derrota a su madre y sus partidarios y conquista el poder en Portucale.

Su deseo de ser él mismo un rey, independiente de su primo el “emperador” Alfonso VII (“emperador de Hispania” como Alfonso VI, el abuelo de ambos), condujo a Afonso Henriques al conflicto inevitable con León y Castilla, pero también a mostrarse un guerrero activo de la cristiandad. Para conseguir ese objetivo y también para sustraerse a la influencia y a las maniobras de la vieja nobleza portucalense que lo había apoyado y que siempre demandaba favores y tenencias, establece su corte sobre el Mondego, en la ciudad de Coimbra, que fue así la primera “capital” (la capital en la Edad Media era la sede del reino de Portugal, exactamente en la frontera de entonces, década de 1130, con el Islam). Al sur de Coimbra, los castillos de Pombal y Leiria eran disputados de manera permanente por cristianos y musulmanes, y solo en torno a 1142 los portucalenses/portugueses pudieron establecerse definitivamente en Leiria, cercana al valle del Tajo. Poco tiempo después Afonso Henriques y su primo Alfonso VII firmaban el Tratado de Zamora (1143), por el cual Alfonso VII le reconocía el título de rey. En verdad, Afonso Henriques ya se intitulaba rey desde años antes, un título aún más refrendado y proclamado tras su victoria contra una fuerza musulmana muy superior en 1139, cuando conducía una expedición de saqueo y depredación (una operación de “fossado”, como se decía en gallego-portugués medieval) en el actual Alentejo, o sea muy lejos, muy al sur de sus dominios de entonces.

Coimbra: la “Sé Velha”, siglo XII. [Foto del autor]

Los cristianos ya habían ocupado Lisboa en algunas ocasiones en el pasado, como ya sabemos. Y parece que Afonso Henriques lo ha intentado una primera vez en 1142, según la documentación proveniente de algunos cruzados que participaron en la conquista de 1147. En efecto, existiría algún malestar entre esos elementos cruzados y el rey portucalense/portugués debido a ese hecho, pues Afonso Henriques no habría dado en la ocasión el apoyo con el cual contaban los guerreros del norte de Europa. Sea como sea, una vez establecidos los portucalenses de modo definitivo en Leiria, entre Coimbra y Lisboa, las treguas con Alfonso VII y el vasallaje proclamado de Afonso Henriques a la Santa Sede para tener apoyo papal (una estrategia seguida a menudo en la Edad Media, por ejemplo cuando Aragón firmó su independencia en el siglo XI) implicaban una eventual expansión del joven reino de Portugal hacia el sur, en dirección a tierras islámicas.

Afonso Henriques también sabía ya que para poder tomar Lisboa, había que tener protegida su retaguardia, lo que significaba que era esencial conquistar antes de todo la poderosa ciudad de Santarém y su formidable posición sobre el Tajo, lo que fue conseguido en un ataque sorpresa en marzo de 1147. Al mismo tiempo, llegaban a la costa occidental de la Península navíos transportando cruzados en ruta para Tierra Santa: participaban en la segunda cruzada, convocada por el Papa Eugenio III tras la caída de Edesa, uno de los estados latinos de Oriente formados después de la primera cruzada (1096-1099), bajo los golpes del poderoso ‘Imād ad-Dīn Zengī, señor de Mosul y Alepo. El rey de Portugal no se encontró personalmente con los cruzados para negociar el apoyo de esos guerreros en su intención de conquistar la urbe lisboeta y para esa misión encargó al obispo de Oporto, Pedro Pitões II.

Firmado el acuerdo entre portugueses y cruzados, la flota proveniente del reino anglo-normando de entonces, de Flandes y de tierras alemanas de Renania se puso en camino, reuniéndose con las tropas portucalenses/portuguesas a finales de junio junto a las murallas de Lisboa. Los cristianos tenían cerca de 20.000 guerreros, 9.000 portugueses y 11.000 cruzados, de los cuales el contingente más importante era el de los anglo-normandos. En Lisboa había 15.000 hombres en la defensa, algunos de ellos enviados poco tiempo antes por el emir de Badajoz al recibir noticia de las operaciones portuguesas y de la caída de Santarém. Pero de Badajoz no vendría ninguna ayuda más y el asedio empezó el 1 de julio, durando casi cuatro meses, hasta el 21 de octubre.

En ese día, un martes, un violento asalto de los cruzados, con máquinas de asedio entre las cuales se contaba una poderosa torre móvil, tuvo por fin como resultado la rendición de los defensores musulmanes: se acordó entonces una tregua de tres días y la entrada del rey portugués en la ciudad tuvo lugar el 25. Las condiciones del acuerdo no fueron respetadas: hubo saqueo, violencia, crueldad y asesinatos cometidos por los cruzados, que tenían una mentalidad mucho más radical en ese tiempo, muy diferente de la de los cristianos peninsulares en sus operaciones contra al-Andalus. Los reyes cristianos de la Península procuraban mantener la prosperidad de las regiones que fueron ocupando poco a poco, valoraban la economía y el saber producido por las diferentes comunidades que habitaban sus tierras. No existía, o por lo menos, no existía durante gran parte del tiempo, la mentalidad más destructiva y radical aportada por los elementos del resto de la Cristiandad latina, que encaraba la muerte de los “infieles” como un camino para el Paraíso. Ese mismo problema, ese mismo choque con esa mentalidad radical tuvieron que enfrentar frecuentemente los propios estados latinos de Oriente, Antioquía, Trípoli y Jerusalén (y Edesa hasta 1144): en el Levante, se construía una sociedad basada en la convivencia posible entre las diferentes comunidades en un frágil equilibrio, equilibrio siempre amenazado por los recién llegados de Europa, deseosos de enfrentamiento con los musulmanes por la salvación de sus almas.

Entre la masacre que tuvo lugar en Lisboa, murieron también mozárabes y su obispo. Eran los cristianos de rito visigodo, preciosa memoria de un tiempo que ya era pasado en los reinos cristianos peninsulares, donde desde mediados del siglo XI había penetrado y sido impuesto por los monarcas que buscaban el apoyo del Papado y de los reinos más allá de los Pirineos el rito latino y lo que se llama normalmente la “reforma gregoriana”, el lento proceso por el cual la Santa Sede uniformizó preceptos y prácticas en variados aspectos de la vida de los creyentes, garantizando de esa manera una mayor preponderancia y poder. En efecto, personalidades como Alfonso VI, Raimundo y Henrique de Borgoña, abades y obispos en todas las latitudes de los reinos cristianos peninsulares, de Braga o Compostela hasta Barcelona o Tarragona, fueron activos promotores de la reforma propuesta por un Papado y una cristiandad que muchas veces miraba a los cristianos ibéricos como una especie de “herejes”, desconfiados del antiguo rito visigótico, donde, para ellos, se mezclaban herejías como el antiguo Priscilianismo, movimiento específicamente peninsular del siglo IV, y el Islam. Algunos de esos prelados, varios de ellos de origen francés, fueron ayudantes de la causa de Afonso Henriques y de la independencia portuguesa. Pero sea como sea, y como se ha dicho, el tratamiento concedido a los musulmanes (y judíos) conquistados en al-Andalus era muy diferente de lo que pretendían hacer los cruzados más radicales, llenos de ideas sobre cómo la violencia sería un medio ideal para la salvación eterna. Pero lo que nos interesa aquí, y llegamos prácticamente al final de nuestra breve reflexión, es que Lisboa, la Al-Ušbūna islámica, integró el reino de Portugal y la cristiandad latina en ese 25 de octubre del año 1147, y no volvería a ser musulmana. Los castillos de los alrededores se rindieron entonces sin combate, algunos de ellos poderosas fortalezas: Sintra, Palmela, Almada, entre otros.

Sello de Afonso Henriques, primer rey de Portugal, en la carta de donación del castillo de Ceras, en el valle del Tajo, a los Templarios (1159). Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Lisboa.

– Epílogo: la consolidación del joven reino de Portugal

En los años siguientes, aprovechando también la confusión creada en al-Andalus por la caída del poder almorávide y la llegada de los almohades y sus combates contra los pequeños emiratos del segundo período de reinos taifas, Afonso Henriques de Portugal (Ibn Ariq en fuentes árabes, a veces con el epíteto al-Ŷillīqī, “el gallego”) pasa el Tajo y logra conquistar, en persona o por intermedio de sus tenientes, hombres “sin pavor” como Geraldo Giraldes que oscilaban entre los dos mundos, el cristiano y el musulmán, gran parte del actual Alentejo portugués, incluyendo ciudades como Évora y Beja. Sus conquistas paran en 1169 cuando intenta y no consigue tomar Badajoz, ayudada por sorpresa por Fernando II de León cuando estaba próxima a caer. El rey leonés (León estaba entonces una vez más separado de Castilla), yerno de Afonso Henriques, estaba en conflicto con su suegro y Badajoz correspondía al reino de León, según el “derecho de conquista” de las tierras musulmanas por los reinos cristianos de la Península. La parte final del gobierno del primer rey portugués es ensombrecida por la pérdida de todas esas posesiones que había conquistado al sur del Tajo, con excepción de la ciudad de Évora, durante grandes ofensivas almohades (el califato Almohade estaba en su apogeo por esa época) que incluso llegan a amenazar Lisboa y asedian Santarém y la gran fortaleza templaria de Tomar, donde fueron derrotados (el califa almohade Abū Yaqūb Yūsuf b. ‘Abd al-Mū’min murió como consecuencia de las heridas recibidas en el asedio de Santarém en 1184).

La conquista de Lisboa permitió al primer rey de Portugal organizar una fuerte línea de fortalezas en el valle del Tajo, muchas de ellas construidas en lugares que Afonso Henriques había concedido a los templarios, guerreros experimentados en muchas campañas en Tierra Santa, como había sido, ejemplarmente, el caso del primer maestre de la orden en Portugal, Gualdim Pais, que estuvo presente en la conquista de Ascalón por el reino de Jerusalén (1153). Durante las décadas siguientes tras la muerte de Afonso Henriques, en diciembre de 1185, esa “línea del Tajo” permitió la supervivencia del joven reino. Hubo una muy efímera conquista de la importante Šilb musulmana, la ciudad de Silves en el Algarve actual, lejos del Tajo, aprovechando el pasaje de una nueva flota de cruzados en dirección a Tierra Santa (tercera cruzada), por Sancho I de Portugal, hijo de Afonso Henriques y gran guerrero como su padre, en 1189, pero la ciudad fue retomada por los almohades en 1191. Solamente en 1217 los portugueses volverían a la ofensiva, conquistando Qaşr Abī Dānis (Alcácer do Sal) con la ayuda, una vez más, de cruzados del norte de Europa.

Los elementos musulmanes, ahora bajo dominio cristiano (y llamados en esa circunstancia mudéjares) continuarían siendo importantes en la vida económica, comercial y cultural del joven reino de Portugal, siendo uno de los elementos constitutivos, de una forma casi imperceptible, de la formación de una identidad portuguesa. Es evidente para los historiadores que esa comunidad mudéjar no tenía el mismo peso económico o “científico”, como diríamos hoy en día, que tuvo la comunidad judía; la comunidad mudéjar era, por así decir, más humilde. En la región de Lisboa eran mudéjares la mayor parte de los jornaleros, de los agricultores, que abastecían la ciudad. Poco a poco se convirtieron al cristianismo. En el caso portugués, a finales de la Edad Media, no van a tener una identidad tan marcada como ha sido el caso de los elementos judíos en ese momento, cuando la tolerancia tradicional de los reinos peninsulares se cambia por políticas más restrictivas e intolerantes, pero en un contexto histórico ya diferente del de los siglos XI-XIII.

– Fuentes:

A conquista de Lisboa aos mouros. Relato de um cruzado, trad. y ed. crítica Aires do NASCIMENTO, Lisboa, Vega, 2001.

Anais, crónicas e memórias avulsas de Santa Cruz de Coimbra, ed. António CRUZ, Porto, Biblioteca Pública Municipal, 1968.

El Occidente de al-Andalus en el «Atar al-Bilad» de al-Qazwini, trad. y ed. Fátima ROLDÁN CASTRO, Sevilla, Alfar, 1990.

Hagiografia de Santa Cruz de Coimbra, Vida de D. Telo, Vida de D. Teotónio, Vida de Martinho de Soure, trad. y ed. crítica Aires do NASCIMENTO, Edições Colibri, Lisboa, 1998.

– Bibliografía:

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BEIRANTE, Maria Ângela; MARQUES, A. H. de Oliveira, Portugal: das invasões germânicas à Reconquista – Nova História de Portugal (vol. II), dir. MARQUES, A. H. de Oliveira y SERRÃO, Joel, Lisboa, Editorial Presença, 1993.

DURAND, Robert, Musulmans et chrétiens en Méditerranée occidentale (Xe-XIIIe siècles), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2000.

MATTOSO, José (coord.), História de Portugal – vol. II: A monarquia feudal, Lisboa, Editorial Estampa, 1997.

MATTOSO, José (coord.), “Século XII: Portugal, um novo país ibérico”, en CARNEIRO, Roberto; MATOS, Artur Teodoro de (dir.), Memória de Portugal – o milénio português, Lisboa, Círculo de Leitores, 2001.

REILLY, Bernard, Cristãos e Muçulmanos – a luta pela Península Ibérica, Lisboa, Teorema, 1996.

TORRES, Cláudio y MACÍAS, Santiago, O legado islâmico em Portugal, Lisboa, Temas e Debates, 2000.

TORRES, Cláudio (coord.), “Século XI: os antecedentes da Fundação”, en CARNEIRO, Roberto; MATOS, Artur Teodoro de (dir.), Memória de Portugal – o milénio português, Lisboa, Círculo de Leitores, 2001.

2 comentarios en “Al-Ušbūna/Lisboa, 1147: contextos de una (re)conquista

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